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Pedir perdón a Dios y a los hermanos es germen de fraternidad


A partir del relato evangélico de los discípulos de Emaús, el sacerdote español Pablo Blanco, de la universidad de Navarra, inició su ponencia “La Eucaristía, fuente y cumbre de la fraternidad”. En la tercera exposición de la tarde de este jueves 5 de septiembre, en el Simposio Teológico “Fraternidad para sanar el mundo”, el padre Blanco comentó, al igual que los discípulos no reconocieron la presencia de Jesús, podría también ocurrir con “nosotros” y que ello puede ser porque no lo conocieron de verdad.

Explicó que “a veces no sabemos amar porque no conocemos a la persona amada. Y al revés: si somos capaces de conocer a las personas, somos capaces de amarlas mejor”.

Enfatizó que la “ausencia produce tristeza, mientras la presencia da alegría y genera fraternidad” y que precisamente los discípulos estaban tristes porque sintieron “su ausencia, pues solo puede llenarnos una presencia, una presencia real”.

El perdón como germen de fraternidad

Comentó que el acto penitencial que se realiza al comenzar la celebración eucarística, el “pedir perdón a Dios y a los hermanos es germen seguro de fraternidad”.

“La Palabra lleva al Pan, y también en la celebración litúrgica se ven íntimamente unidas la mesa del Pan y la mesa de la Palabra, como enseña el Vaticano II (cf. SC 51). Con el concilio hemos redescubierto la misma palabra que el Resucitado explicaba a los desanimados de Emaús.

“Ese Jesús resucitado está presente en el Pan y en la Palabra. La Eucaristía contiene el cuerpo glorioso de Cristo, en la que está presente todo Él con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Esta presencia nos cambia, y genera comunión y fraternidad. Es una cena que procede de un sacrificio y, como todos los sacrificios, crean amor y fraternidad”. Por eso nos reunimos con Él y los hermanos”, dijo.

Consideró que la “Iglesia no es otra cosa que el pueblo de Dios que se reúne en torno a la palabra, el cuerpo y la sangre de Jesucristo”.

Para el padre Blanco, en el relato de los discípulos desanimados de Emaús, están presentes las dos partes de la celebración eucarística, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia eucarística, “pues primero Jesús «explica las Escrituras» y después «parte el pan» con ellos”.

Citando el numeral 28 del documento base del 53° Congreso Eucarístico Internacional recordó que, “Por eso, al celebrar la Eucaristía a lo largo del año litúrgico, en especial los domingos, el pueblo cristiano se sienta en torno a la mesa de la Palabra que es escuchada, celebrada, proclamada, asumida, para que toda la vida de la Iglesia se injerte en el misterio de Jesús crucificado    y resucitado”.

“La Eucaristía es el memorial de toda la pascua del Señor: cena, cruz y resurrección, una cena que procede del sacrificio y que nos da una nueva vida, también en fraternidad”. Señaló también que “la comunión es, al mismo tiempo, unión y compromiso con y desde el sacrificio de Cristo”.

Concluyó que el «Quédate con nosotros» del relato de los discípulos de Emaús es “el momento del encuentro, de la fraternidad, pues ahora nos encontramos con los demás por medio de Cristo. La Eucaristía nos impulsa a salir de nosotros mismos y a construir lazos de amistad, comunión y solidaridad con los hermanos”.

Enfatizó en que la Eucaristía es “sacramento de unidad y la fraternidad, por la que una comunidad eucarística es una comunidad plenamente cristiana.

“En la Eucaristía, Cristo, el que vive para siempre, se hace presente y nosotros entramos en comunión con Él en el Espíritu santo. El Resucitado nos regala y dona lo que Él es: su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, en definitiva: su Persona y su Vida. Persona y Vida del Hijo que ha reconciliado en sí todas las cosas y ha llevado a la plenitud de Dios nuestro ser”, apuntó.

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