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Jesús redime la fraternidad en la escucha de su Palabra


“Fraternidad redimida en Cristo: «¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!» (Sal 133, 1) fue el tema con el que dio inicio las reflexiones del martes 10 de septiembre, en el 53° Congreso Eucarístico Internacional. La conferencia fue pronunciada por la Hna. Daniela Cannavina, secretaria de la Confederación Latinoamericana de Religiosos, CLAR, quien destacó que el punto de la partida o génesis de nuestra fraternidad es el encuentro de fe con Jesús de Nazaret.

Según destacó, ahí está el saber y el sabor de la verdadera fraternidad. Jesús redime la fraternidad en la escucha de su Palabra de vida y alrededor de la mesa de su Cuerpo y de su Sangre que nos hacen hermanos universales, cercanos, compasivos, sin exclusiones y sin fronteras.

Para la religiosa argentina, el punto de conversión o metanoia de nuestra fraternidad es la Eucaristía. Ahí, el amor sin límites y sin condiciones de Jesús se hace epifanía de comunión, de participación y de inclusión. Porque para Jesús el gesto de partir el Pan es más que un gesto ritual, es una forma de vida en la que no se guarda nada por amor a Dios y al prójimo.

La Eucaristía se convierte en el testamento y la memoria de amor de Cristo porque trasfigura toda relación de imposición en libertad, de dominio en gratitud y de indiferencia en solidaridad.

El punto de llegada de una fraternidad redimida es la trasfiguración del mundo herido con la revolución de la ternura de Jesús, Hijo de Dios y hermano universal. Fraternidad que nace de un corazón agradecido que sale al encuentro del hermano y de aquel desconocido en el camino. Así la dulce luz de la Eucaristía ilumina los rostros invisibilizados de las periferias existenciales bajo la sombra de la misma tienda sinodal de la Iglesia. Solo la luz eucarística hace que las diversidades fraternas se conviertan en fortalezas y no en amenazas.

La Hermana Cannavina destacó que, el desafío es creer y crear comunidades de hermanos y hermanas redimidas en Cristo que sean más humanas, más horizontales, más eucaristizadas, con sabor a Evangelio y a Eucaristía.

Testimonios de redención

La jornada de la mañana se completó con los testimonios de relatados por la señora Margaret Fellker, David’s Educational Opportunity Fund y de Mons. Bienvenu Manamika, Arzobispo de Brazzaville, República del Congo.

En su intervención, Margaret Fellker compartió el testimonio de cómo el Señor le concedió un regalo mucho mayor a aquel que pedía. En el 2002, David, su hijo, que vino a Ecuador como voluntario, desapareció en un viaje por el sur del país. La provincia de Zamora fue su último paradero conocido.

Margaret dejó su hogar y vino a Ecuador para buscar a su hijo y encontró una respuesta totalmente diferente. Entre la angustia y la desesperación, recuerda una frase del Evangelio de Mateo, en la iglesia donde acudía a llorar e implorar: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré”. Esa precisamente fue su experiencia. El cansancio y el agobio de no encontrar a su hijo fue aliviado sorprendentemente por la bondad de las personas que le ayudaron y la belleza de estas tierras.

Relató que, la meditación de los misterios dolorosos en su vida se daba fácilmente y generaba la pregunta ¿Cómo se verán los misterios gloriosos? La respuesta ha llegado con el tiempo a través de la fundación David’s Opportunity Found y son los nombres, los rostros y las vidas que ha podido tocar a través de ella.

Ahora, cuenta llena de emociones, que ella vino a buscar a su hijo y Dios nunca la abandono, Dios la acompañó y le regaló algo mucho mayor a lo que ella pensaba necesitar: un amor infinito para compartir con otros.

Promoción humana y fraternidad

En el segundo testimonio de la mañana, Mons. Bienvenu Manamika, Arzobispo de  Brazzaville, República del Congo, compartió una reflexión sobre la fuerza inherente a la Eucaristía que desvela las incoherencias de un país que si bien se sabe significativamente católico, vive de otra manera, haciendo que el misterio que se celebra no sea fructífero.

En un contexto donde la pobreza sigue siendo la constante, al igual que las enfermedades que históricamente han acechado a la nación, sumándose a estos males la manipulación política que enfrenta a los hermanos en guerras fratricidas en tiempos de elecciones, urge encontrar un camino de acción que ayude al Congo. La respuesta está en la Eucaristía, ella puede ser propuesta como un camino de renacimiento para el Congo.

Finalmente dijo que, reconsiderar la fe eucarística presenta cinco desafíos: de liberación, de paz, de responsabilidad, de promoción humana y de fraternidad. No se puede ser cristianos y vivir como si no lo fueran; es necesario que esta fe que confesamos se haga vida para responder a estos desafíos, de tal manera que nuestro culto no sea solamente un refugio, sino fermento de paz.

 

Testigos de la fe, los derechos humanos y la justicia

El Grito de Montesinos

Por la tarde se escucharon tres testimonios de fe y de fraternidad en América Latina.

Sobre el grito de Montesinos, Mons. Francisco Ozoria, Arzobispo de Santo Domingo y Primado de América, compartió su intervención con el P. Roberto Martínez, en un ejercicio de sinodalidad, que ha sido la clave de lectura del Sermón de Adviento, que se lo conoce como el Grito de Montesinos.

Padre Roberto comentó que, este sermón fue concebido como una voz de la comunidad de frailes dominicos, que llegados a América con el afán de vivir radicalmente el Evangelio, a partir de la pobreza y evangelización, para realizar en nuestras tierras lo que desde Salamanca venía llamándose la reforma dominica. Estos frailes se encontraron con una realidad contradictoria al Evangelio simbolizada en lo que ha pasado a la historia como las “encomiendas”. Así, en labios de Montesinos se pronuncia el primer grito a favor de los derechos humanos.

San Oscar Arnulfo Romero

El cardenal Gregorio Rosa Chávez compartió el testimonio San Óscar Romero, a quien conoció de adolescente y con quien después compartiría labores y luchas, al punto de que, el santo obispo, le llamara “amigo”. Entre las características, resaltó como el obispo del corazón de Jesús.

Para el Cardenal Gregorio, aunque a veces se intente asociar a Romero con luchas ideológicas y partidistas, no hay que desconocer que para él la lógica de su lucha fue siempre la del Evangelio. Él luchaba no por opción política sino por ser “sacerdote” por la caridad de Cristo que se prodiga a los elegidos.

Comentó que Monseñor Romero, obispo del Corazón de Jesús, conocía la cercanía de su muerte, su prédica y sus cercanos se lo señalaban pero él supo unirla y leerla desde Cristo y su opción por los pobres, por su pueblo.

Monseñor Leonidas Proaño

Monseñor Víctor Corral, quien fuera el obispo auxiliar de Mons. Proaño y más tarde su sucesor, se refirió a este testigo de fraternidad en tierras ecuatorianas.

Recordó cómo se sintió motivado en su vocación por “Taita Leonidas” y desarrolló su testimonio a partir de una pregunta: ¿por qué sigue viva su memoria? Recalcó que Mons. Leonidas Proaño fue un hombre sencillo, fuerte y de una espiritualidad apegada radicalmente al Evangelio. Su acción pastoral y predicación lo llevó a romper esquemas en la sociedad y la Iglesia de su tiempo, sobre todo en la mentalidad de los indígenas y en la pastoral.

Habló de su espiritualidad, a la que la definió como liberadora y solidaria.

Monseñor Corral anotó dos características: la primera es que Mons. Leonidas fue un seguidor fiel de Jesucristo y de su Evangelio. Tenía una fe profunda y radical en el Evangelio, creía en un Dios cercano.

Creer en el Padre era para él creer también en la dignidad que Dios ha dado al hombre desde su creación, de este modo denunciaba la miseria que no podía ser considerada el horizonte natural del hombre sino un pecado abominable y mortal.

La segunda característica es la opción por los pobres y su lucha. Una opción que es solidaridad, no solo con ayudas sino involucrándose en sus luchas justas.

Según dijo, para Mons. Proaño la liberación debe venir de los pobres, así se dedicó a formar comunidades eclesiales de base para pasar de la pastoral para los indígenas a una pastoral desde y con los indígenas. Finalmente destacó una frase de Mons. Leonidas: “O servimos a la vida del pueblo o somos cómplices de su muerte”.

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