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“Fraternidad para sanar el mundo.” La luz eucarística del Congreso Quito 2024 – L´osservatore Romano


P.Corrado Maggioni 

Presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales

El misterio eucarístico no es una de las muchas realidades de la vida cristiana, sino su fundamento. Resplandece con mayor intensidad para todos los bautizados en la misa dominical, Pascua semanal, pero no termina con el «Podéis ir en paz». La celebración eucarística cumple su finalidad si hace eucarística la vida de quienes participan en ella.

Desde este punto de vista, la idea de convocar a personas de diversos países para celebrar la Eucaristía y reflexionar sobre su significado eclesial y social, tuvo desde sus orígenes la intención de reavivar la conciencia de que la presencia de Cristo entre nosotros y por medio de nosotros es el corazón de la Iglesia y de su misión. Concierne de hecho a todas las Iglesias, a cada parroquia, en todos los países donde el Cuerpo vivo de Cristo se extiende sobre el planeta tierra. Reunirse, con diferentes sensibilidades, culturas, historias, a pesar de las diferencias lingüísticas, quizás con heridas aún abiertas de hostilidades fratricidas, significa centrar la atención en la única levadura capaz de fermentar verdaderamente la historia humana, convirtiéndola en masa nueva para el reino de los cielos.

  1. CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL

La historia de los Congresos Eucarísticos Internacionales, con sus temas de reflexión y las actividades que han promovido en el pueblo de Dios, testimonia la incidencia de estos eventos en las naciones que los han acogido y en las generaciones de sacerdotes, religiosos y laicos que han implicado. De hecho, una mirada diacrónica a los cincuenta y dos Congresos celebrados hasta la fecha permite captar la visión «histórica» de la Iglesia, yuxtaponiendo lo que ha sido su teología, su liturgia y su espiritualidad eucarística a lo largo del tiempo y en las diversas culturas.[1]

1.1. Una mirada a la historia

A partir del primer Congreso celebrado en Lille en 1881, todos los Congresos siguientes se caracterizaron por impresionantes manifestaciones públicas destinadas a confirmar la fe en la «presencia real» de Cristo en la Eucaristía y a incrementar el culto eucarístico.[1] El movimiento congresual había madurado en Francia siguiendo la estela de la espiritualidad de san Pierre-Julien Eymard, fundador de las Sacramentinas (1868), de sacerdotes influyentes como el beato Antoine Chevrier (†1879) y Gaston-Adrien de Ségur (†1880), de numerosos laicos fervorosos, entre ellos Léon Dupont (†1876) y en particular Émilie Tamisier (†1910), animadora de la Obra de los Congresos. Es interesante constatar cómo, desde el principio, fue decisivo el papel de los laicos, mujeres y hombres que creyeron seriamente en ella y pusieron sus energías en mantener vivo el interés y en ocuparse de la organización de estos acontecimientos.

La fisonomía de los Congresos Eucarísticos se hizo progresivamente más internacional y misionera, traspasando las fronteras de los países europeos: los Congresos de Montreal (1910), Chicago (1926), Sydney (1928), Cartago (1930), Buenos Aires (1934), Manila (1937), Río de Janeiro (1952), Bombay (1964), Bogotá (1968), Melbourne (1973), Filadelfia (1976), Nairobi (1985), Seúl (1989), Guadalajara (2004), Quebec (2008), Cebú (2016). Fueron acontecimientos que marcaron «eucarísticamente» el camino de la Iglesia en estos países y en sus respectivos continentes. Considerando América Latina se puede recordar el Congreso de Buenos Aires en Argentina, sobre el tema La realeza social de Cristo por la Eucaristía (1934), de Río de Janeiro en Brasil sobre el tema El reino eucarístico de Cristo Redentor (1955), de Bogotá en Colombia sobre el tema Vinculum charitatis, con el histórico viaje de san Pablo VI y su encuentro con 300.000 campesinos latinoamericanos (1968), de Guadalajara en México sobre el tema La Eucaristía, luz y vida del nuevo milenio (2004). Ahora, el 53º Congreso de Quito (Ecuador), en la «mitad del mundo», resuena como una llamada decisiva a la «fraternidad» vista como un don del cielo y, al mismo tiempo, como un compromiso humano para convertir las relaciones antagónicas en vínculos fraternos, dentro de los afanes del tiempo presente. El cambio de época que vivimos ha hecho madurar en todos, aunque de modo diverso, la convicción de que «nadie se salva solo», como le gusta repetir al papa Francisco.

1.2. Qué es hoy un Congreso Eucarístico

La nueva comprensión del misterio eucarístico que comenzó con el movimiento litúrgico y maduró con el Concilio Vaticano II, ha reorientado también los Congresos Eucarísticos para promover el vínculo inseparable entre la celebración de la misa y el culto eucarístico fuera de ella, prestando atención a la vida de las personas y de las comunidades. El Congreso Eucarístico se convirtió así en una oportunidad y un motivo para expresar la Iglesia de la Eucaristía a la luz del Vaticano II y de la reforma litúrgica que le siguió.

Esto fue tenido en cuenta en el renovado De sacra Communione et de Cultu Mysterii Eucharistici extra Missam (1973), que dedica los números 109-112, dando indicaciones en primer lugar sobre el sentido del Congreso, entendido como «pausa de oración y de compromiso»; luego recuerda los elementos a los que hay que prestar atención en su preparación: la catequesis sobre la Eucaristía, «especialmente como misterio de Cristo vivo y operante en la Iglesia»; la participación en la liturgia «que promueva la escucha religiosa de la Palabra de Dios y el sentido fraterno de la comunidad»; las iniciativas de fermento evangélico y la realización de obras sociales «que favorezcan la promoción humana y la debida comunión de bienes, incluidos los temporales»; por último, se recuerdan los criterios inspiradores del Congreso: «que la celebración eucarística sea el centro y la culminación de todas las diversas manifestaciones y formas de piedad»; que la profundización en el tema propuesto de diversas maneras favorezca la implicación práctica; encuentros de oración y adoración prolongada al Santísimo Sacramento en iglesias concretas de la ciudad; la procesión con el Santísimo Sacramento debe ser ejemplar.

La internacionalidad del Congreso manifiesta la universalidad del misterio eucarístico que configura a cada bautizado, cada uno en su propio estado de vida, así como a cada familia cristiana, comunidad religiosa, parroquia, diócesis. Así lo manifiestan, con sus características propias, los Congresos eucarísticos celebrados hasta ahora.

1.3. Por qué Quito 2024 y su tema

La elección de Quito como sede del Congreso 2024 está motivada por el 150 aniversario de la consagración del país latinoamericano al Sagrado Corazón de Jesús (25 de marzo de 1874). Fue un acto promovido por el entonces presidente del país para poner la historia ecuatoriana en manos de aquel que ama a la humanidad sin fronteras ni condiciones. El recuerdo de aquel acontecimiento social se concretó en el voto de construir un majestuoso templo al Corazón de Jesús que hoy se erige entre los símbolos distintivos de la ciudad de Quito. Con motivo de ese aniversario, los obispos de Ecuador han elegido ser la sede del Congreso Eucarístico Internacional 2024. Al fin y al cabo, como dijo san Pablo VI, «el mayor don del Corazón de Jesús es precisamente la Eucaristía» (cf. Investigabiles divitias Christi). Confiarse al Corazón herido de Cristo es ponerse a la escuela del amor que brota libremente por la vida de los demás, más fuerte que todos nuestros egoísmos, odios y divisiones.

El tema del Congreso de Quito es: Fraternidad para sanar el mundo, iluminado por las incisivas palabras de Jesús: «Todos sois hermanos» (Mt 23,28). El enunciado temático brilla con una luz «eucarística» muy comprensible: une la fraternidad en el seno de la Iglesia, incesantemente edificada por la Eucaristía, con su misión «sanadora» en el mundo, prolongando la presencia de Cristo, Salvador del hombre entero, espíritu, alma y cuerpo; la llamada eucarística a la fraternidad va más allá de las fronteras entre las naciones y los diversos pueblos que las componen, con sus lenguas y culturas, incluyendo los encuentros y desencuentros de ayer y de hoy. Alcanzados eucarísticamente por el amor que brota del Corazón de Cristo, nos reconocemos hermanos, hijos de un mismo Padre, constructores de una fraternidad que sana las relaciones entre los hombres, con la tierra y el ambiente vivo.

La celebración eucarística resuena como una llamada continua, cada vez que participamos en ella, a vivir como hijos en el Hijo que es Cristo, y a vivir como hermanos, sin excluir a nadie. La Eucaristía es terapéutica para las heridas que cada uno lleva y es un mandato sanador para los sufrimientos del mundo en que vivimos.

El tema del Congreso atraviesa varios caminos indicados por el magisterio del Papa: la sinodalidad ante todo, que es una experiencia que hay que vivir más que un concepto que hay que entender, como nos recuerda a menudo Francisco. El camino sinodal que estamos viviendo, a nivel diocesano, nacional y universal, evidentemente ilumina también el Congreso Eucarístico Internacional. La misma encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social interpela directamente los trabajos del Congreso, ocasión propicia para que el magisterio del Papa llegue al tejido eclesial. Lo mismo ocurre con la encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común. Son pronunciamientos que, junto con los demás mencionados en el documento base, ofrecen material de calidad para preparar el Congreso de Quito.

  1. DOCUMENTO BASE

Sobre el tema del Congreso, la Comisión Teológica del Comité Local, en colaboración con el Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, ha elaborado un documento de reflexión, denominado documento base, que sirve de esquema de contenido tanto para las iniciativas preparatorias del Congreso 2024 como para la profundización temática de su semana celebrativa. Se presenta como un texto ágil, breve, de fácil lectura, apto para la meditación personal y como estímulo para encuentros de formación y reflexión a diversos niveles.[1]

2.1. Las fuentes de inspiración

El documento base del Congreso tiene presente dos vertientes inspiradoras. La primera son las fuentes válidas para todos, más allá de las legítimas escuelas teológicas y culturales: La Sagrada Escritura, los documentos del Concilio Vaticano II, los libros litúrgicos (Missale Romanum, con la Institutio generalis y los Praenotanda del Ordo lectionum Missae; De Sacra Communione et de Cultu Mysterii Eucharistici extra Missam), el magisterio de los papas y de los obispos, en particular del episcopado latinoamericano, el Catecismo de la Iglesia católica; como el misterio eucarístico concierne también a la piedad popular, se da la referencia del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Por supuesto, al no ser un tratado sobre la Eucaristía, estas fuentes se citan por énfasis temático. Por ejemplo, del papa Francisco, se citan las encíclicas Evangelii gaudium y Fratelli tutti, la carta apostólica Desiderio desideravi, y pasajes de homilías y discursos. De san Juan Pablo II, se cita la encíclica Ecclesia de Eucharistia, mientras que de Benedicto XVI, la exhortación apostólica Sacramentum caritatis y la encíclica Deus caritas est.

La segunda vertiente, intencionadamente considerada para subrayar la importancia de conjugar la Eucaristía con la experiencia vivida, está representada por el testimonio de personas que supieron traducir el misterio celebrado en el altar en opciones de vida cristiana. Se describen las figuras de san Óscar Romero (†1980), el fraile dominico Antonio de Montesinos y Leónidas Proaño Villalba, obispo de Riobamba, territorio con la mayor población indígena de Ecuador. El testimonio de cristianos que han servido al Evangelio con la libertad del amor, son mucho más elocuentes que las palabras para transmitir el poder de la Eucaristía para crear fraternidad, cercanía, solidaridad y sanar las heridas del mundo.

2.2. Cuatro claves de interpretación

El documento es ante todo una ventana abierta al tema del Congreso de Quito. Nos ayuda a saber de qué se hablará, qué temas se abordarán, qué desafíos nos esperan, en qué opciones debemos inspirarnos. No es una exposición sistemática y exhaustiva de lo que es la Eucaristía en sus aspectos bíblico, litúrgico, doctrinal, espiritual y pastoral. Sin perder de vista todos estos aspectos, el documento base no es un pequeño tratado o un manual sobre la Eucaristía: no quiere decir todo lo que se puede decir sobre el misterio eucarístico, sino que hace opciones sugeridas por el tema del Congreso, el país en el que tiene lugar y el contexto socio-eclesial de América Latina. Si a algunos lectores les parece evidente la impronta latinoamericana, hay que reconocer que ello constituye su mérito. Además, ya existen excelentes exposiciones sobre la fe eucarística de la Iglesia.[1] El documento base pretende ser una reflexión «focalizada» sobre el tema de la fraternidad a la luz del misterio eucarístico y de su significado dentro de la Iglesia y para su misión en el mundo de hoy.

En segundo lugar, representa una orientación concreta para preparar el Congreso de 2024 y vivir los días de su desarrollo. Como todo evento, también éste dará sus frutos en la medida en que quienes participen en él, personalmente o a través de las redes sociales, vayan preparados, es decir, capaces de recibir de los demás y de ofrecerles algo propio, condición de un intercambio mutuo enriquecedor. Se traza el camino de la reflexión común, para no dispersarse en varios riachuelos sino profundizar en un itinerario compartido.

En tercer lugar, el documento base se dirige a todos aquellos que, de diversas maneras, están y pueden estar involucrados en el Congreso. En primer lugar, se dirige a las Iglesias del Ecuador, así como a los delegados diocesanos y representantes nacionales para los Congresos Eucarísticos, miembros de institutos religiosos y comunidades con carisma eucarístico, dirigentes y miembros de cofradías, movimientos, asociaciones clericales y laicales connotados por la espiritualidad eucarística. No es, pues, un texto para especialistas en teología ni está destinado a ninguna categoría de personas, sino que es de amplio uso, ya que está pensado para el pueblo de Dios.

En cuarto lugar, es un instrumento de comunión, en el sentido de que favorece la reflexión común de los distintos países y continentes sobre el tema del Congreso de Quito. De hecho, el Congreso Internacional organizado por una Iglesia particular, en Ecuador, resuena como una invitación a las demás Iglesias a reunirse in unum de todos los países y lenguas para celebrar juntos la Eucaristía y dejarse interpelar por su misterio, viviendo la experiencia de la comunión fraterna.

  1. ESTRUCTURA Y CONTENIDO DEL DOCUMENTO BASE

La reflexión desarrollada en el documento se divide en tres partes. La introducción y la conclusión llevan como subtítulo las mismas palabras de Jesús: Todos sois hermanos (Mt 23,8), que no son ni un consejo ni una exhortación para los más dispuestos. Suenan más bien como una invitación precisa a tomar conciencia de un hecho objetivo, inscrito en nuestra humanidad, y por tanto como un mandato que hay que practicar, persiguiéndolo prioritariamente. Esta clara admonición forma parte de un discurso más amplio de Jesús contra la hipocresía que nos impide crecer en humanidad, según el designio original del creador. Jesús va al corazón del problema, donde nacen y supuran las desavenencias y separaciones entre el hombre y Dios y entre el hombre y el hombre. He aquí la frase completa de Jesús, válida para sus discípulos de ayer y de hoy: «No os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Mt 23, 8-12).

Si el contexto de estas palabras no es directamente «eucarístico», no es difícil leerlas a la luz del misterio eucarístico, como hace el documento base, centrándose en la finalidad por la que celebramos la Eucaristía, a saber,  que «formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria eucarística III).

Mientras que la introducción se titula Un sueño de fraternidad, la conclusión reza Un salmo de fraternidad. Entre el sueño (deseo, ideal, proyecto, meta) y el salmo (alabanza, acción de gracias, oración, compromiso, experiencia) se despliegan los desafíos que hay que afrontar, las aperturas que hay que cultivar, las conversiones que hay que realizar, los caminos que hay que recorrer, la experiencia eucarística que hay que asimilar en la vida de los creyentes y de las comunidades.

La introducción (núms. 1-11) presenta el tema del Congreso, su objetivo, la llamada a una vida fraterna tanto dentro de la Iglesia, en camino sinodal, como en el contexto sociopolítico actual, marcado por tensiones fratricidas de las que somos testigos, desde Ecuador a América Latina, pasando por Europa y Oriente Medio y África. Necesitamos la gracia que viene del cielo y el compromiso de todos. La experiencia de la herida, fuera y dentro del corazón humano, viene de lejos, es una realidad de los orígenes. Como discípulos de Jesús, creemos que la Pascua del Señor, muerto y resucitado, curó la herida original, implicándonos con él en la obra de reconciliación de todo el universo. En esta perspectiva, «este momento de gracia, como lo es un Congreso Eucarístico, nos permite reavivar el don de Dios y la toma de conciencia de cómo todos estos pueblos, abrazados por el amor eucarístico que brota del Corazón de Cristo, son hermanos, hijos de un mismo Padre, constructores de fraternidad. Fraternidad entre los hombres, fraternidad con la creación» (núm. 3).

3.1. Una fraternidad herida

La primera parte del documento base (núms. 12-21) nos lleva a tomar conciencia de la dramática condición en la que camina la humanidad, en todo tiempo y espacio, a causa de la separación del designio del creador que nos pensó, desde el principio, como hijos suyos y hermanos entre nosotros. La pregunta: «¿Dónde está tu hermano?» (Gen 4,9), formulada por Dios a Caín tras el asesinato de su hermano Abel, nos interpela aún hoy en las enemistades que de mil maneras nos dividen a unos de otros.

La exposición está marcada por tres acentos. En primer lugar, El designio creador de Dios: hijos y hermanos: puesto que hemos venido al mundo por voluntad ajena, debemos referirnos a aquel que posee el designio de la creación para captar su sentido. Escuchando la revelación bíblica, podemos saber que hay una fuente de vida, un autor, y que los seres humanos son «hijos de un mismo Padre», por tanto vinculados entre sí y a toda la creación.

El segundo énfasis, Pecado: ruptura del vínculo paterno divino, nos recuerda que las relaciones fundadoras y originales – filial con Dios, fraternal con la humanidad, armoniosa con la creación – se han roto.

La consecuencia es ahora una situación a la inversa, a saber, Fraternidad desfigurada: de hermanos a enemigos. A partir de este tercer énfasis percibimos la inversión del orden de cosas en el que luchamos, conocida por experiencia incluso dentro de la Iglesia, que también es «un pueblo herido», no exento de hostilidad y crímenes (núms. 18-19).

Sin embargo, Dios no calla, sino que sigue haciendo resonar que estamos «llamados a la reconciliación». En momentos oscuros de la historia de los pueblos, el Espíritu ha suscitado luces, gestos, personas capaces de señalar el camino, según el pensamiento divino original. Así, la primera parte termina recordando el testimonio de san Óscar Arnulfo Romero (†1980), quien confirmó con sangre el llamado a obedecer la ley divina de la fraternidad, pronunciada durante la Eucaristía dominical: «Hermanos, son nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios» (núm. 20).

3.2. «La fraternidad realizada en Cristo»

La segunda parte (núms. 22-39) está sellada bíblicamente por la exclamación salmódica: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133,1), que traduce bien la experiencia celebrativa de los santos misterios en la asamblea eucarística de la Iglesia.

A la luz de la obra reconciliadora del Hijo de Dios hecho hombre, por cuyas «cicatrices nos curaron» (Is 53,5), la exposición se centra en algunas dimensiones peculiares de la celebración eucarística. En efecto, el manantial sanador que brotó del Corazón herido de Cristo en la Cruz nos alcanza inagotablemente a través de la celebración eucarística: escuchar la palabra del Señor, comulgar con su Cuerpo y su Sangre, significa reconocernos en Cristo como hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros.

El tema del Congreso se lee así «eucarísticamente» según tres acentos. El primero, La Eucaristía, recapitulación de la historia, recuerda el misterio salvífico de Cristo que hizo Pascua al mundo entero. Su actitud filial hacia el Padre celestial sana la antigua desobediencia, devolviendo a los hijos de Adán y Eva la dignidad de dirigirse a Dios, reconociéndolo como Padre: «¡Abba! grito fraterno de los hijos en el Hijo» (núm. 24). Bautizados en Cristo, crecemos como miembros de su cuerpo místico mediante la participación en los misterios divinos, la presencia real del Señor Jesús -en la Palabra que escuchamos y en el pan y el vino consagrados con los que comulgamos- entre nosotros y por nosotros. En verdad, la Eucaristía es fuente y culmen de la fraternidad.

La celebración del misterio -mesa de la Palabra y mesa del Pan- ¡nos reúne a todos en Cristo! Esto se recuerda en el segundo énfasis: La Eucaristía, fraternidad realizada, destacando la dimensión comunitaria de la acción litúrgica, es decir, actuar y hablar como comunidad y no privadamente como individuos. Puesto que la liturgia no agota toda la vida espiritual (cf. SC 12), la fraternidad en Cristo es prolongada y profundizada por el pueblo creyente también con el culto eucarístico fuera de la misa: se recuerda la adoración eucarística, las devociones eucarísticas según las costumbres locales y la riqueza expresiva de la piedad popular (núm. 34).

El tercer énfasis recae en la conciencia, siempre viva, de que La fraternidad sin los últimos no es fraternidad (núms. 35-39). El ejemplo de vida que nos dio Jesús y la enseñanza que nos imparte el Evangelio no dejan lugar a dudas sobre la vocación a no excluir a nadie, sino a incluir a todos, sin descartar ni privilegiar, ya que Cristo se identifica con los hambrientos, los sedientos, los perseguidos, los enfermos, los últimos, los heridos, los abandonados (cf. Mt 25, 31-45). La Iglesia aprende de la Eucaristía a ser «tienda para todos».

Al recordar que la opción preferencial por los más pobres y marginados ha caracterizado la reflexión teológica y la acción pastoral de la Iglesia latinoamericana, el testo se hace eco del grito profético lanzado en favor de los indios por el dominico Antonio de Montesinos durante la misa, allá por 1551: su llamamiento y sus agudas preguntas sobre la fraternidad humana interpelan todavía nuestras conciencias cristianas, personales y colectivas (nums. 38-39).

3.3. Fraternidad para sanar el mundo

Por último, la tercera parte (núms. 40-53) nos provoca a traducir en nuestra vida el misterio celebrado en el altar: comunicar al cuerpo de Cristo significa convertirnos, en las heridas del mundo en que vivimos, en testigos de la curación que él da. El compromiso práctico concierne a todos, sin justificación ni delegación, como recuerda la cita evangélica elegida para guiar el mensaje, consistente en las palabras de Jesús a los discípulos: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13).

Hay tres acentos más que marcan el desarrollo de la tercera parte. En primer lugar, se llama la atención sobre La reconciliación y la violencia, conscientes de que vivimos en situaciones de hostilidad que contradicen e impiden la fraternidad. La clave cristiana que abre caminos concretos de fraternidad, lejos de imitar al verdugo o a la víctima rencorosa, es la del perdón practicado y enseñado por Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (cf. núm. 42). La fraternidad pide escuchar la voz de las víctimas y lleva a construir juntos siguiendo la lógica de la gratuidad y no de la rivalidad.

El segundo énfasis se pone en Creación y fraternidad universal. Jesús no vino a resolver nuestros dramáticos problemas humanos con una varita mágica, sino a darnos un ejemplo de cómo afrontarlos, para que podamos aprender de él los secretos que hacen posible lo imposible. Entre ellos, las virtudes evangélicas de la humildad y la ternura. La fraternidad universal no es una quimera, sino que se hace posible en la medida en que nos dejamos modelar «eucarísticamente» en la vida por la fuerza de los santos misterios que celebramos. La Eucaristía nos hace artífices de esa fraternidad que abraza a todos y a todo, dando pequeños pero reales pasos en la dirección correcta, cuidando también de la preservación del «herido» planeta tierra.

En esta línea, toda la Iglesia es interpelada, estando todos llamados -recuerda el tercer énfasis- a dar testimonio de la sanación del mundo. La fuerza sanadora de la Eucaristía se juega en la conducta de hombres y mujeres que, habiéndose hecho «eucarísticos», según su vocación son fermento de curación en la masa del mundo. La misa, en efecto, no termina con el «Podéis ir en paz». La celebración hace presente a Cristo en los signos sagrados para que, comunicándose a nosotros, encuentre una expresión creíble en la vida de los que han participado. En realidad, ¿qué debería ser nuestra vida cristiana sino «una misa prolongada»? (cf. núm. 50).

El testimonio que damos fuera de la iglesia hace creíble la Eucaristía que celebramos en ella. Así lo recuerda el ejemplo de vida narrado al final de la tercera parte del documento base, ofrecido por la comunidad cristiana de Riobamba, bajo el liderazgo de Mons. Leonidas Proaño Villalba, marcada por la comunión fraterna alimentada por la Eucaristía (núm. 52).

  1. Conclusión

La lectura del documento base ayudará a discernir, entre líneas, el significado litúrgico del Congreso Eucarístico Internacional y, al mismo tiempo, el vínculo inseparable entre el misterio creído, celebrado y vivido en el tiempo presente. La riqueza de la piedad popular, tan querida por las comunidades latinoamericanas, contribuye también a imprimir el misterio en la vida cotidiana del pueblo de Dios, mezclada de alegrías y tristezas, de expectativas y esperanzas.

El significado mariano de la fe en Cristo emerge también en el documento programático de Quito 2024. Es conocida la importancia de los santuarios marianos y de las imágenes veneradas de la Virgen, testimonios vivos del apego de los pueblos a la Virgen María. Al nombrarla discretamente, el documento base recuerda que la Eucaristía invoca directamente a la Madre del Señor y de la Iglesia.

Finalmente, puesto que la celebración eucarística nos abre a la comunión con la Iglesia viva en la ciudad del cielo, el documento base recuerda a santa Marianita de Jesús y al beato Emilio Moscoso, hijos ejemplares de Ecuador, que difundieron por el mundo la fragancia eucarística de los cielos nuevos y de la tierra nueva, donde toda herida será sanada y toda lágrima enjugada.

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