Homilía de Monseñor Alfredo José Espinoza Mateus, Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
Quito, 18 de junio de 2023
Celebramos con mucha alegría esta Eucaristía en el marco de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús y de la oración por la Patria Ecuatoriana, hoy más necesaria que nunca en este momento de tanta incertidumbre y realidades marcadas por el dolor, la muerte, el sicariato, la violencia, el narcotráfico y la corrupción.
Hace dos años, en este mismo lugar, decía que iniciábamos un camino de tres años que debíamos recorrer juntos hasta llegar a la conmemoración de los CINENTO CINCUENTA AÑOS de la Consagración de nuestro País al Sagrado Corazón de Jesús y a la celebración del Congreso Eucarístico Internacional 2024. Ahora ese camino se ha acortado, ya es un camino de un año, sin duda que vamos de prisa y con alegría.
Ponemos hoy a nuestro País, a sus Gobernantes y a todo el pueblo fiel, en el Corazón del Señor. Hoy, como hombres y mujeres de fe, oramos ante el Señor y ponemos a nuestra Patria nuevamente en el Corazón de Jesús.
Son ciento cuarenta y nueve años de Consagración al Corazón de Jesús. Podemos preguntarnos: ¿A qué nos compromete esta consagración? ¿Cómo vivo esa consagración? ¿Qué significa amar con el corazón de Cristo?
El Papa Francisco nos invita a repetir con insistencia: “Jesús manso y humilde de corazón, transforma nuestro corazón y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad”. Él nos invita a mirar con confianza al Sagrado Corazón, yo diría, nos invita a “contemplar” ese Corazón Sagrado.
Por eso, desde esa mirada y contemplación de un corazón que nos ama, estamos llamados a amar a todos. Debemos, “abandonarnos en el Señor, pidiéndole, que haga nuestros corazones, semejante al suyo” (Francisco). Ello implica, de parte nuestra: humildad, misericordia y perseverancia en el amor, en la oración y en las buenas obras.
Reflexionemos las palabras de Francisco. Le pedimos al Señor que haga nuestros corazones “semejante al suyo”, ante ello, preguntémonos: ¿Cómo es mi corazón? ¿Mi corazón es como el de Cristo? ¿Qué falta para tener yo, tu, nosotros, un corazón semejante al del Señor?
Posiblemente nos falta mucho. Ahí está el gran desafío para nosotros, el desafío de confiar, amar y servir. No podemos encerrarnos en el amor, jamás un corazón se encierra, cuando uno llega al corazón de otro, y de manera especial, al Corazón de Jesús, se abre nuestro corazón para amar a todos, de manera especial al más pobre, al descartado de la sociedad, y amarlo no solamente de palabras, sino con las “buenas obras”, con acciones concretas que dan vida.
El Papa Francisco nos dice: “En el costado abierto de Jesús, Él nos muestra y nos dice: “Me interesas”, “tomo en mi corazón tu vida”. Pero también dice: “Haz esto en memoria mía: cuida de los demás. Con un corazón, es decir, tener los mismos sentimientos que yo, toma las mismas decisiones que yo”…”. Nuestra decisión debe ser de amar y servir, pero no cualquier manera, debemos amar como el Señor amó y servir como Él sirvió, dando su vida para salvarnos.
Desde la dura realidad de nuestro País, desde el grito de los más pobres, debemos AMAR y SERVIR. Partamos desde la dura realidad de muerte, dolor, pobreza, lágrimas y crisis que vivimos para renovar hoy nuestra consagración a dar la vida para que el otro tenga vida.
Jesús en el Evangelio nos invita a saber ver la realidad y a no ser indiferente frente a ella. Nos dice el evangelista Mateo, que, “al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”.
Jesús miraba la realidad, miraba al hombre concreto, miraba a las multitudes, miraba también individualmente al que sufría, al enfermo, al que se acercaba a Él. Era una mirada desde el corazón, llena de cariño, respeto y amor. Una mirada que se compadecía del que sufría, no una compasión vacía, todo lo contrario, una compasión que llevaba a la acción, al cambio, a la transformación de la vida.
Los evangelistas repiten que la mirada de Jesús era diferente. No era una mirada legalista ni de condena, era de amor, un amor que conmovía y penetraba en el interior de la persona, una mirada que llevaba al arrepentimiento y conversión. A Jesús le dolía el abandono en que se encontraban tantas personas solas, cansadas y maltratadas por la vida.
Aplicando a nuestra vida, podemos decir, que buena parte de nuestra manera de actuar depende del cómo miramos la realidad y a la persona en concreto. ¿Cómo miras tú? ¿Sabes mirar al otro o tu mirada se pierda en muchas cosas, pero no llega al hermano que sufre? ¿Te detienes para mirar o pasas de largo? ¿Están sanos nuestros ojos para mirar al otro en su realidad concreta?
¿Cómo miran los políticos la realidad del Ecuador? Quizás, y ahí está el gran pecado, la miran desde sus intereses partidistas y conveniencias políticas. No la miran desde el amor para transformarla, no se sienten cuestionados por las palabras del Señor, no se conmueven ante lo que ven.
¿Cómo miramos nosotros la realidad de nuestro País? ¿La miramos tomando conciencia de que “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos”? ¿Nos sentimos llamados para transformar esta realidad?
Y hoy el Evangelio nos dice que Jesús miró, se compadeció, pero también llamó a los discípulos, y el dato interesante, es que los llamó por su nombre. Pongamos la llamada de Jesús a la realidad de hoy. El Señor te llama a ti, por tu nombre, por mi nombre, nos llama a cada uno de nosotros. Pronuncia tu nombre y te llama porque necesita de ti, de mí, de todos nosotros para transformar esta realidad. A veces nos quejamos mucho de lo que vivimos, de los problemas del Ecuador, pero no nos sentimos llamados a transformar esa realidad y creemos que son otros los que deben hacer algo, son otros los que están llamados y en lo concreto o en lo ordinario de cada día, somos indiferentes frente a la situación de tantos hermanos. Cada uno de nosotros debemos hacer vida las palabras de Jesús: “Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, echen demonios”. Cada uno está llamado a “Sanar las heridas del mundo” y lo haremos desde una verdadera Fraternidad.
“Hoy es la fiesta del amor de Dios”, nos dice el Papa. Es Él quien nos amó primero. “Él es el primero en amar… Dios es así: siempre primero. Nos espera primero, nos ama primero, nos ayuda primero”. Seamos nosotros ahora, los primeros en salir a amar como Dios nos ama, con un Corazón grande que ama hasta el extremo. ASÍ SEA.