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Mensaje del Arzobispo de Quito «Ruptura de la fraternidad»


Quito, 04 de febrero de 2024

He demorado en escribir este mensaje, el mismo que constituye el tercer capítulo de esta carta de la Fraternidad que estoy escribiendo como camino de preparación a la celebración del 53° Congreso Eucarístico Internacional que celebraremos como un gran don de Dios en nuestra Arquidiócesis de Quito.

En mi mensaje de Año Nuevo les invitaba a “soñar” con la Fraternidad, a creer que debemos hacer una opción clara y decidida por la “Fraternidad para sanar el mundo”. Iniciamos el año con gran alegría e ilusión, pero a los pocos días nos vimos envueltos en una realidad de violencia que parecía nos despertaba de ese sueño y de ese gran horizonte de fraternidad.

Pareciera que las reflexiones recogidas en el Documento Base preparatorio del Congreso se estuvieran escribiendo en el aquí y en el ahora. Dicho texto afirma: “La acción sanadora de Cristo sobre el mundo se enfrenta a las dramáticas realidades de nuestra historia, en la que la violencia generalizada nos ha convertido a todos en víctimas y verdugos al mismo tiempo. En nuestro país, mayoritariamente católico, por ejemplo, hablar de fraternidad reconciliada puede tener un sabor de incredulidad al recordar lo acontecido en nuestras cárceles y en nuestras calles donde inocentes y culpables han perdido la vida sin discriminación, haciendo, por ejemplo, de los últimos años los más violentos de nuestra historia reciente”
(D.B.#41).

Imágenes en la televisión, toque de queda, estado de excepción, un caos vivido por el miedo, la inseguridad que vivimos y que sentimos y muchas situaciones más, nos llevan a pensar en una ruptura real de este sueño de fraternidad. No podemos ni debemos caer en este pesimismo. La fraternidad no es una utopía ni una mera ilusión engañosa. Recuerdo lo que ya decía en el mensaje anterior: “Creemos que la fraternidad hunde sus raíces en lo más profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y de las limitaciones históricas en las que vive” (D.B. # 11). Debemos estar convencidos de que la fraternidad es posible, es una sed y una aspiración, es al mismo tiempo, un anhelo de plenitud y de vida, que nos lleva a creer en una vida digna y más bella.

Siendo realistas, “Somos conscientes de que la redención es real, pero ésta tiene que llegar a su consumación definitiva. El mundo ha sido sanado en su corazón y en su destino, aunque descubramos realidades donde esta sanación no se ha manifestado plenamente. La indignación frente a la violencia y el anhelo de solucionarla nos habla de la realidad cierta de ser sanados” (D.B. # 41).

¿Qué hacer? ¿A qué me puedo comprometer yo? ¿Qué me exige la realidad que vivimos? ¿Cómo puedo ser constructor de fraternidad? Estas y muchas otras preguntas más nos podemos hacer, y estoy convencido de que nos las hemos hecho.

¿Qué hacer? En primer lugar, creo yo, debemos dejar de quejarnos y lamentarnos. Hay una realidad de un mundo herido que exige nuestra acción concreta. Hay testimonios de cristianos que han hecho una clara opción para responder, “de manera evangélicamente diferente a la creciente violencia que azota nuestra manera “natural” de relacionarnos los unos con los otros” (D.B.# 41).

Sabemos que, “Estamos frente a una constatación y una búsqueda: el mundo está herido, urge encontrar caminos de fraternidad y no dejarnos vencer por la violencia que degrada a la persona humana y a toda la creación” (D.B. # 42). Me cuestionan profundamente las palabras del Papa Francisco cuando nos dice que, “El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma
por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida”.

Si el olvido de Dios lleva a la violencia, el centrarnos en Él nos lleva a la reconciliación. Por eso, el primer paso que debemos dar, ante esta situación de violencia, ante esta ruptura del sueño de fraternidad, es el camino del perdón. Traigo aquí las palabras orientadoras del Documento Base, que nos señala el camino del perdón como el único camino posible: “La revelación cristiana desarma el enigma del deseo violento, no porque anula el dinamismo de imitación que construye las sociedades, sino porque lo encauza hacia la verdadera imitación, a saber: no la imitación del verdugo, ni tampoco de la víctima rencorosa, sino la imitación de la víctima perdonadora, que es Cristo, el Hijo de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (D.B. # 42).

Como cristianos, como hombres y mujeres de fe, “… cada domingo en la celebración eucarística ponemos delante de nosotros al Crucificado, a Aquel que ofrenda la vida por Amor. Aquel que se parte y se comparte, Aquel que perdona a sus verdugos. Ni una palabra de venganza, ni un gesto de maldición” (D.B. #42). Asumamos este camino de perdón como el camino para restaurar el sueño de fraternidad. Y debemos asumirlo desde la fe. Contemplar a Cristo presente en la Eucaristía, contemplarlo en el hermano que sufre, me debe comprometer a no dejar de
soñar con la fraternidad, a unir la voz y la acción para que esta fraternidad sea una realidad. Sabemos que, “La voz de los vencidos es entonces la condición de posibilidad para que la violencia cese de una vez por todas” (D.B. # 43). Este es, como dije, el primer paso, hay otros pasos que debemos dar y que iré compartiendo en los próximos mensajes.

Desde la fe, comprometamos y entreguemos nuestras vidas para hacer de la fraternidad una realidad viva y operante. Lo haremos con la fuerza transformadora del Evangelio y de la Eucaristía. En el comulgar, en la Eucaristía, como nos dice el Documento Base, “…los creyentes vivencian, experimentan y realizan la acción de comulgar con el camino abierto por Jesucristo, a saber, el acto de amar a costa de la propia vida”(D.B. # 43).

Reconstruyamos el sueño de fraternidad, es tarea tuya, tarea mía, tarea de todos.

Unidos en el Señor de la Vida

+ Alfredo José Espinoza Mateus, sdb
Arzobispo de Quito y Primado del Ecuador

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